La Costa del Levante de Almería a finales de los´70.



Viajé a esta costa del levante por primera vez, en los años setenta. Cuando tienes 20 años todo es posible y una aventura por la costa, desde Algeciras hasta Valencia, fue el plan de aquel verano.


Hoy viajamos a cualquier país europeo con normalidad, pero en los setenta para unos jóvenes de menos de veinte años, no había pasaporte sin haber terminado el servicio militar y además en nuestra mente también era una idea lejana.

Así pues, con los ahorros de trabajos temporales, con un coche prestado, un grupo de mesetarios decidimos trazarnos un plan para aquel verano, desde Algeciras, con el peñón cerrado, recorrer la costa hacia el norte, hasta que el cuerpo y los ahorros aguantaran.

Aquí no había llegado el turismo de forma masiva al modo de las costas de Malaga, que habíamos dejado atrás en el comienzo del viaje.

Con la llegada a la costas de Granada, y después a las de Almería, había una aventura por vivir por carreteras imposibles y costas vírgenes, estas eran las costas de la Ibiza peninsular, durmiendo en campings y al borde de la propia carretera, conviviendo con algunos europeos perdidos a propósito por estos caminos, los europeos del norte no eran tan diferentes a nosotros que no éramos Europa todavía, políticamente.

Yo que había nacido a pocos kilómetros de esta costa, en la provincia de Granada, recuerdo los relatos de mis tíos y abuelos, sobre estas tierras del levante, de aquí se desplazaban sus habitantes al interior de la provincia, llegando ya a Granada, a la siega, tierra de gentes duras. Segar, con un mandil y una hoz los trigos, cebadas y centenos, eran labores de mucha gentes en aquellos tiempos.

La expresión "la costa", es la que empleaban, mis abuelos, ganaderos del altiplano de Granada, para denominar a una comarca entre Partaloa, Albanchez y Cantoria, donde se desplazaban con sus rebaños de ovejas. Las albaidas eran el sustento de estos rebaños en la comarca, cuando en el invierno, la nieve se adueñaba de los campos del altiplano, hoy eso es historia, la nieve no cae en aquellas cantidades y los rebaños de ovejas escasean en el altiplano.

De aquellas trashumancias invernanles, hoy solo quedan los recuerdos y la amistad, entre familias de ambas comarcas.

Con la emigración, mi familia llego a Madrid, conocí esta tierra con los ojos de un urbanita, regresé aquel verano por una ruta que mis padres nunca hacían, la costa del levante.

La carretera que bordeaba la costa era de película, de pronto se acababa el asfalto y era un camino de tierra, más adelante al doblar una curva aparecía un espectáculo de unos europeos locos, que se ganaban la vida haciendo malabarismos, y después, kilómetros sin encontrarte con ningún coche.

Años después los libros de Goytisolo y la novela de Jesús Torbado, La Ballena, - Un músico fracasado, un tabernero escoces, y un pope que organiza espectáculos de dudosa moralidad, viven retirados del mundo en estas playas del levante-, idealizaron más mi viaje con el grupo de amigos a estas tierras.


Recuerdo nuestra llegada al camping de Mojacar, no había edificaciones en la playa, el parador y el camping. Aquí en Mojacar había un ambiente bohemio y unas playas con el agua como las islas.

Gentes europeas, sin las apariencias típicas del turista, los europeos que se perdían en estas tierras en aquella época buscaban una forma de hacer turismo diferente al resto de turistas que habíamos dejado atrás, de sol, playa y discoteca.

Nos quedamos pocos días en esta costa, porque funcionábamos con acuerdos peculiares, y los días en playas y calas solitarias, no animaban a la expedición a permanecer en estas tierras, después de haber conocido las costas de Málaga, con chicas del norte de Europa.

Después de unos días sobre la arena de estas playas y unas noches de bares en Mojacar, reanudamos el viaje, nos saltamos Murcia y aterrizamos en las playas de Alicante, antes de cruzar a Ibiza y más tarde regresar a Madrid.

Años después, quedé enganchado a estas tierras y cada vez que regresaba desde la meseta, Madrid, al altiplano, Cúllar, me dejaba caer por esta costa, a la que se vinculan siempre mis vacaciones veraniegas.

He sido testigo del cambio en esta costa, todo cambia, y hoy son mis hijos los que dan continuidad a este relato con una visión diferente de lo que apreciabamos en otro tiempo, son otros tiempos, son otros vientos.