Francisco el de la Quiteria


Paisanos. El paisaje humano del Levante de Almería.

Francisco, el de la Quiteria.

19/12/2021

Aquella mañana antes de que amaneciera, Francisco se palpó el bolsillo interior de la pelliza con la carta para el cura de San Ginés, en Madrid. Cogió la maleta con su traje doblado, sus papeles y pocas cosas más, la noche anterior se había despedido de los allegados, todos le decían que con el paso del tiempo todo se olvidaría. Rufino el tendero, lo dejó en la carretera nacional, donde esperaría al camión de los Martinez, que lo acercaría a Lorca, y más tarde a Madrid, día y medio de viaje.

Francisco el de la Quiteria, era nieto del tío Frasquito, del Cortijo Los Cipreses. Su abuelo se había marchado a principios del siglo pasado a África, allí tuvo minas y plantaciones, aunque la cosa no termino bien, el tío Frasquito había ahorrado, y con el dinero de sus empresas africanas, compró las tierras que le permitieron vivir de las rentas, convertirse en “señorito”. En aquella época solo había dos clases sociales en la comarca, los señoritos, los amos de las tierras y los jornaleros.


A la muerte del Tío Frasquito, las fincas se partieron para sus dos hijos y las dos hijas, el tío Frasquito ya lo había planificado en su testamento, y había casado bien a su hijos y a la hija mayor, lo que les seguiría permitiendo vivir de las rentas. La hija más joven, la Rosa, estaba soltera y no tenía intenciones de casorio, al contrario de su hermana mayor La Quiteria, que se había casado con Manuel, el de los Largos, de Albox.

Francisco creció entre su madre y su tía Rosa, que poco después de empezar a hablar, ya le enseñaba las letras. Rosa junto a la madre del cura, enseñaban por la noche a leer y escribir, a los zagales de la comarca, que no acudían a la escuela, porque se pasaban el día de pastores o en el campo.

Cuando Francisco llego a la escuela, lo pusieron con los mayores, ya sabía leer, escribir y las cuatro reglas. Como la zagalería del pueblo, ponían liga en el rio para coger pájaros, y las noches con un hacho de esparto, los encandilaban y los cogían de las ramas bajas de los olivos.

Aquel verano de sequía, con nueve años, su padre enfermó, lo llevaron a Almería, pero no había remedio. Francisco se quedó huérfano, sin padre, con su tía Rosa y su madre. Don Antonio el cura, lo llevaba en su burra a decir misa por los pueblos de la comarca, con su campanilla, llamaba a misa en aquellas pequeñas parroquias sin campanario, y en la iglesia del pueblo era el monaguillo titular, dar cuerda al reloj del campanario con la ayuda del otro monaguillo, dar repiques de campana, con sus tres toques, para llamar a misa y ayudar al cura, eran sus tareas por las tardes y en las fiestas.

Su tía Rosa y D. Antonio, el cura, convencieron a su madre para enviar a Francisco al seminario de San Torcuato, en Guadix, en la escuela no le podían enseñar más y su madre no quería que cuando creciera siguiera la tradición de los señoritos del pueblo, cazar y jugar a la brisca en el casino del pueblo.

Francisco dejo de ser un zagal en Guadix, pero un día hablando con su tía, le confeso que él no quería ser cura, a su tía no le parecía mal, al contrario que a D. Antonio, el cura y a su madre que se llevaron un gran disgusto, pero como decía D. Antonio, “no todo el mundo está llamado a la vocación”.

Su tía Rosa hizo las gestiones con el cura de San Nicolás en Granada, para buscarle un internado y más tarde una pensión. Los veranos en el pueblo, haciendo los quintos con los jornaleros de su madre y su tía y los bailes en los pueblos.

Francisco se convirtió en un brillante abogado en la ciudad de la Alhambra, cuando ya todos pensaban que no volvería al pueblo, que se quedaría en Granada o se iría a Almería, Francisco apareció aquel verano con la foto de la orla bajo el brazo que su madre coloco en la sala de entrada de la casa. Francisco empezó a resolver pleitos de lindes y herencias sin ir al juzgado, y resolvía los problemas de registro y notarias en Almería, en pocos años no había cosa que no pudiera resolver Francisco, El Abogado. Cobraba en gallinas, corderos, o en fanegas de trigo y cuando se pudiera.

Cuando el alcalde se jubiló, todos le miraron a él, y en el año 30 del siglo pasado, se convirtió en el alcalde para todo, todos acudían a él, consiguió que los de carreteras hicieran un puente de verdad para cruzar el rio, que los inviernos se ponía difícil.

En el 36, años oscuros para todos, no consintió desmanes, sin embargo, el cura y el medico D. Miguel, tuvieron que desaparecer del pueblo, se rumoreaba que estaban escondidos en la sierra. Con el avance de la guerra, siguió firme frente a la intolerancia, una tarde apareció la camioneta de milicianos de Almería, que hacia requisa de pollos, gallinas, conejos y borregos por la comarca, “para el pueblo” estaba garabateado en un lateral, con pintura blanca.

Todos vieron cómo se paraban en la casa de Francisco, y se lo llevaban, avisaron al Onofre el de los sindicatos y a otros cuatro o cinco, los milicianos estaban ya a las afuera del pueblo, llamando fascista a Francisco frente a una tapia, el Onofre fue claro, “soltarlo o tiramos de hierro”, los milicianos se marcharon finalmente.

Una semana después, hubo una batida de milicianos en la sierra, y mataron a Roque, el del cortijo La Fuente, que estaba en una cueva escondido, lo habían llamado a filas y no se presentó.

En el 39, la guerra se acabó, Francisco siguió firme sin consentir desmanes, como cuando los otros se presentaron a por el Onofre. En pocas semanas vinieron de Almería y nombraron otro alcalde. Francisco siguió en su defensa a las causas de la comarca, y las nuevas autoridades no le miraban con buenos ojos, ayudaba a todos y eso no podía ser.

Las presiones fueron en aumento, y a los pocos meses, los civiles se presentaron en su casa, tenía una semana para dejar el pueblo. Ni las gestiones del D. Miguel el médico, ni las del cura, calmaron a los de Almería.

¿Adónde se marchaba? Almería no podía y Granada era muy pequeña, Don Miguel gestiono con un hermano de su mujer, un cura joven, que se había marchado a Madrid, a la Iglesia de San Ginés. Madrid es muy grande, y no tendría problemas.

Con la carta de D. Miguel, en el bolsillo de la pelliza, se presentó en el centro de Madrid. Le buscaron una habitación compartida, una colcha colgada de una cuerda, le separaba de un estudiante del norte.

Se registró en el colegio de abogados, no sin necesitar varias cartas de recomendación de Granada y Almería. Así empezó sus paseos por los juzgados de San Bernardo. Sus primeros clientes llegaron desde el cura de San Ginés, asuntos de herencias y propiedades.

Pasaron los años y Francisco, seguía sin volver al pueblo, Almería seguía estando muy lejos, volvió a algún funeral y poco más. Madrid era su mundo.

Su despacho en la calle Barquillo, le permitía ya tener una empleada, una gallega llegada a Madrid como él, una maestra que no podía ejercer en aquellos tiempos, recomendada por el cura de San Ginés. Años después, se casaría con la Mariquiña.

Con el paso de los años todo se olvidó, pero Francisco no volvió nunca al pueblo. Compró unas huertas en los arrabales madrileños, hacia el norte, donde se construyó el campo de futbol. Hoy todavía hay un portal capitalino, con un mármol blanco con un nombre tallado: Almanzora.